Es totalmente increíble que la mayoría de las personas pueden oler que el tiempo trae lluvia o reconocer que ya llegó la temporada del frío, pero son totalmente incapaces de reconocer, o al menos sentir curiosidad, por lo más elemental de aquello en lo que están sumergidos y les afecta a cada instante: La Realidad. La definición más sencilla es “la realidad es aquello en lo que yo puedo actuar”, según el célebre psicólogo clínico Jordan B. Peterson, entonces ¿Qué es? ¿Cómo puedo influir en ella? ¿Cómo me alineo con ella para poder surfearla disfrutando y a la vez sacándole el mayor provecho?
Antes que nuestros ancestros despertaran hace un par de millones de años, nos relacionábamos con la realidad para comer y procrear; luego no sabemos por qué avatar del cosmos, paulatinamente nos elevamos a seres capaces de producir y “fructificar” la realidad (Gen. 1:28). Intuyo que la dificultad en entender la realidad radica en que está íntimamente relacionada con la consciencia; somos inteligentes, pero no igual que muchos otros mamíferos, sino porque estamos conjugados en ella, compartimos su esencia y por ello somos inteligentes. Los organismos se desenvuelven y desarrollan en un sistema, lo hacen porque son un microcosmos de dicho sistema (Richard Dawkins); quizás lo que llamamos consciencia está íntimamente relacionada con nuestra calidad de inteligencia y es por ello que la realidad nos impela y nos incómoda para que la busquemos y podemos entenderle.
En octubre del 2023 se realizó en Londres el Foro ARC (acrónimo en inglés de Alianza para la Ciudadanía Responsable). Entre las conferencias, Jonathan Pageau hizo una exposición sobre el Bien Supremo. Fue el más brillante desarrollo académico sobre qué es la realidad que he tenido la oportunidad de escuchar hace muchos años. Me permito la osadía, en el presente artículo, de hacer un resumen para luego investigar nuestra implicación sobre dónde estamos y cómo alcanzamos dicho Bien en nuestras vidas.
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Persigue el Bien Supremo: un sucinto resumen
Una crisis de valores y sentido fue lo que socavó la integridad de las ciudades estados de Grecia y que eventualmente concluyó en el declive de Atenas; lo cual NO es muy diferente a la crisis que nos envuelve hoy día.
Hace más de 2500 años, las diferentes escuelas de Grecia debatían acaloradamente sobre cuál era el fundamento de la realidad… unos decían que era el fuego, otros el agua, otros el cambio. Pero fue Demócrito quién propuso que la realidad estaba constituida por el vacío y los átomos, como las unidades más pequeñas de materia. Sin embargo, Platón llegó a una conclusión muy diferente, influenciado por Sócrates, proponía que el fundamento que constituye la realidad son Ideas Eternas, lo Bueno, lo Bello… no tanto como cualidades o identidades, sino como esencial fundamento que sustenta aquello que reconocemos como bueno o bello.
La alegoría de la cueva de Platón – imagen del artículo de N.S. Gill
Contemporáneamente pareciera no haber duda alguna que era Demócrito quién tenía la razón. Nuestro mundo ha sido capaz de hacer y transformar la “materia” en “cosas”, como un fundamento de nuestra civilización; sin paralelo en ningún momento de la historia de la humanidad, debemos añadir. Esa extraordinaria industriosidad atesta sobre la validez de la premisa de Demócrito. Además unos cuantos de nosotros consideran que el progreso radicara en que los gobiernos no nos obstaculicen para que podamos generar más y mejor cantidad de “cosas”, y llamamos progreso a que las personas tengan más y mejor acceso a todo tipo de “cosas”. Sin embargo, hoy día existen problemas dónde nuestras sociedades está en un profundo desencuentro, donde sus individuos viven en desesperación, dónde los jóvenes postergan formar familia o tener hijos hasta edades que para las mujeres se convierte en una dificultad real; dónde el divorcio está resquebrajando la unidad de las familias y afectado la salud mental de los pequeños y la estabilidad de las sociedades; dónde existe una fragmentación entre clases sociales, gremios y grupos étnicos resultando en tribalización de toda la sociedad… todo ello en medio de la época en la historia de la humanidad donde, con diferencia la mayoría más que nunca hemos tenido acceso a más y mejores cosas, donde además estamos erradicando sin precedentes la pobreza extrema (personas que sobreviven con menos de $1,25 dólares estadounidenses al día – ONU, Atendiendo a la Pobreza).
¿Cómo es que cuando estamos mejorando el acceso a las personas a tener más y mejores cosas, los problemas de desesperación, de esterilidad, fragmentación y divorcio se recrudecen? La razón fundamental es porque Demócrito no tenía la razón y Platón sí.
“Parece que las ideas que Platón sacó a la luz deben ser exploradas y tomadas en serio una vez más; es decir, el mundo ya no puede describirse sólo en términos de fuerzas y cosas, sino que tiene que describirse en términos de categorías de la conciencia humana, como atención, relevancia, cuidado (inglés “care”).
“Quizás para algunos de ustedes sea un salto demasiado grande decir que el mundo está hecho de cuidado, que el mundo está hecho de Amor; pero al menos necesitamos reconocer que el mundo humano está hecho de cuidado. ¿Sí? Que sin cuidado hay muerte, que sin cuidado hay parálisis; y si nos preocupamos por cuidar las cosas equivocadas, entonces habrá caos y tiranía, en nuestras vidas y en nuestras sociedades.”
El fundamento es que aquello que ponemos en la cúspide de nuestros valores, lo que erguimos como el valor absoluto, como el Bien Supremo en nuestras vidas, tira de nosotros hacia él y es idéntico a un dios; y la atención y dedicación que le demos es indistinguible del culto y la adoración. Y si lo que…
“ponemos en la cima no es el Bien Supremo, entonces distorsionará la realidad, distorsionará los hechos y distorsionará la data para ponerlos a su servicio.”
Tal como lo hacen los ídolos.
Si no entendemos esto, no entenderemos lo que sucedió durante COVID. El bien que erguimos como supremo fue la “seguridad”, a partir de aquí TODO lo que hacía que nuestro mundo tuviera significado y sentido, le da valor, tenía que sacrificarse a ese bien; la educación, la salud mental de nuestros hijos, la comunión de nuestras familias, nuestros encuentros religiosos… en algunos países hasta por 2 años se alargó esta realidad, todo debía sacrificarse al dios de la “seguridad”. Inclusive aquellos que ponían en riesgo al dios Seguridad, debían ser tratados como herejes y desterrados del espacio común. Luego no importaba qué razones prácticas se enfrentaban a ese “bien supremo”, que la curva hubiese bajado consecutivamente por dos semanas, que la vacuna no detuviera la virilización, que todos estuvieran vacunados. Ya no existía un objetivo claro, el dios de la seguridad parecía reinar supremo y todo se subyugaba a él. Claro que seguridad es un bien, simplemente no es el Bien Supremo, y no debe pretender serlo.
Entonces, ¿Cuál es el Bien Supremo? ¿Cuál es el Dios con D mayúscula, el Ser inefable e indescriptible, aquello que sí debemos poner a la cúspide de nuestros valores para nos guíe? “Aquí es donde las palabras y los conceptos nos fallan. Lo único que realmente necesitamos saber sobre esto es, lo que sea lo que estás persiguiendo ahora mismo, no es ese Bien Supremo.” No es dinero, fama, inclusión, libertad, conocimiento, familia… todos estos son bienes, pero no el Bien Supremo. Si los ponemos en esa posición, nos subyugarán y tiranizarán, eliminando la posibilidad del verdadero Bien del que todos ellos derivan su “sentido de bienestar”. Ellos deben bailar y relacionarse entre sí, contraponiéndose y descubriendo su lugar en nosotros.
Oleo de Alex Grey
Dos verdades ineludibles
Algunas cosas dejó Jonathan Pageau prístinamente claro en esta impactante ponencia, todos los ámbitos de la vida humana: la economía, la política, las dinámicas sociales, la tecnología, la educación, decantando hasta las relaciones interpersonales y la comprensión de quién soy, habitan y están en una estructura que deriva su esencia y constitución del cosmos. El mundo humano tiene un orden y una jerarquía que es cónsona con la integridad, el cuidado o amor y la relevancia. Por tanto, nuestra realidad está integrada en un orden y una jerarquía que subvertida, tergiversa al agente que la trasgrede y a los que “habitan” en ella.
El otro elemento que a mi juicio develó, es que el ser humano tiene una dimensión de conexión con el misterio de la realidad que mejor puede describirse como “religioso”, por mucho que esta palabra haya sido mancillada por tantos siglos de enrevesada historia. A saber, cuando erigimos un valor a la posición suprema de nuestra jerarquía, nos comportamos hacia ello, como el más devoto y fundamentalista religioso, le adoramos por encima de todo, le rendimos culto, execramos a cualquier “hereje” que ose mancillar el honor de mi dios, y mi vida se orienta a él como un girasol a la estrella solar. Pero si ese dios no es la fuente misma de la Consciencia, del Bien Supremo, entonces todo se descalabra.
Max Planck (*1858 +1947) uno de los principales precursores de la física quántica y Premio Novel de Física en 1918, hablando con un reportero del periódico The Observer en 1931: "Considero que la consciencia es fundamental. Considero que la materia es derivada de la consciencia.” Como si aludiera a que en el cosmos, o universo de la materia, se deriva de una Consciencia preexistente, de una inteligencia que la constituyó.
Orientarnos hacia el Bien Supremo
Así entonces, la realidad humana tiene una estructura y, nuestra experiencia de ella depende estrechamente de dónde ponemos el valor supremo que guía nuestra vida. Es algo así como si nuestra inteligencia fuera arte y parte de la estructura del universo, que la naturaleza, la realidad y el cosmos son inteligibles por nuestra inteligencia, no porque somos independientemente inteligentes, pero porque nosotros somos parte anexa y conexa en ella.
La advertencia de Dios en el Genesis de “no comerás del fruto del árbol del conocimiento, porque seguramente morirás” (Gen. 2:17) apunta a que cuando entramos en esa dimensión del conocer, “reconocimos que somos mortales” y comprendimos “hay futuro”. Nunca más la vida se desenvolvió en nosotros por instinto, sino por nuestras decisiones, porque comenzamos a ser capaces de actuar sobre la realidad: somos agentes de la consciencia misma del universo que crea o destruye; somos como dioses… pero entonces morimos a la vida que antes teníamos.
Concedo, nosotros individualmente no somos el Bien Supremo, pero somos como los dioses intermedios, tenemos la capacidad de entrar en la realidad y atraer todo a nosotros, como nuestro brillante Jonathan nos mostró. Los objetivos de nuestra vida nos sirven como vasallos, conscientes o inconscientemente doblamos la data para ser señores y reyes de nuestra realidad y podemos subyugar personas y circunstancias para que nos sirvan… pero, ¿somos en realidad señores de la realidad? Si acaso acaso sus subordinados. Por lo tanto, si vamos en contra de la jerarquía del cosmos, ya seremos corregidos.
¿Podemos discernir qué ídolos o valores están rigiendo nuestra realidad, para mejor actuar y alinearnos hacia el fundamento que modela nuestra Realidad?
Imagen del escrito de investigación para Foro ARC de Erica Kamisar
¿Cómo me alineo o busco el Bien Supremo en mi vida?
Si ese Bien Supremo es inefable e indescriptible; si trasciende la inteligibilidad porque “abarca todo” y es su fuente, ¿Cómo puedo orientarme hacia lo que no conozco o puedo entender? Partamos que toda la realidad está permeada por la consciencia, esa estructura tiene ciertas reglas; orientarnos hacia ello implica una decisión de hacerlo y una estrategia para conseguirlo. Somos parte de la consciencia del cosmos, pero para discernir sobre nuestra participación adecuada en él, necesitamos hacer un nuevo proceso hasta llegar a esa integración alineada.
Por ello, cuando se nos abrieron los ojos y fuimos versados en el “bien y el mal” como dioses, como consecuencia fuimos erradicados por Dios de la realidad en la que vivíamos, el Jardín de Edén…
Expulsó, pues, al hombre; y al oriente del huerto del Edén puso ángeles, y una espada encendida que giraba en todas direcciones, para guardar el camino del árbol de la vida.
(Gen. 3:24)
... y por tanto, estamos llamados a deambular buscando nuestro nuevo “hogar”.
La existencia conlleva dolor, sufrimiento, desencuentros, desilusiones, y al final la muerte; parte de ello es porque cuando vivimos y actuamos en discontinuidad de ello, nos asesta un “dolor” correctivo. En otras oportunidades simplemente la desgracia llega a mi puerta sin ser convocada. Concedido, hay suficientes razones para recular y buscar distracciones. Sin embargo, el dolor y el sufrimiento no son lo mismo y la diferencia yace en ti. Eres como una cebolla, quién realmente eres está escondido en una multitud de capas; mi experiencia me alerta que a medida que decides vivir una vida más consciente y honesta contigo mismo, vas eliminando capas y adentrándote al Misterio de la estructura de la realidad y la fuente de esa Consciencia. Es un reto no dejar que las “distracciones” te aparten de orientarte a la integridad, o falta de, que hay en tus actos y mantener la visión y el anhelo por aquello que es Fuente y Bien Supremo. Estamos llamados durante esta vida a entrar de nuevo al Edén y buscar ese Árbol de la Vida.
Íntimamente somos parte de la estructura que nos dio la consciencia y que es el mismo Bien Supremo; entonces, no queda otra que deducir que en el corazón de todas esas capas que soy está ese Bien y que me llama para que yo comparta de su Bondad.
Inclusive, la promesa es: “aunque mueras, vivirás.”
Así que, si tomas la decisión de avanzar hacia el centro, tienes tu verdadera naturaleza aliada contigo. La actitud correcta: en todo momento anhela su presencia, pídele que allane el camino, te va la vida en ello… comer del fruto del Árbol del Conocimiento no fue un mordisco, fue un proceso… has tu proceso para llegar al Corazón de tu Ser: da un mordisco a lo que NO eres… el Árbol de la Vida está en ese Corazón y “la vida que no eres” es su fruto.
El próximo miércoles…
La inspiración como guía para descubrir mi arte.
No sabemos por qué algo nos atrae o repele, ¿de dónde viene esa energía que me seduce? ¿Qué me dice? ¿A dónde me lleva?
EL PUNTO a la i
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