Hay un dicho en Venezuela que dice: la adolescencia es una enfermedad que pasa con el tiempo. Para todos aquellos que hemos convivido un tiempo prolongado con adolescentes, podemos reconocer que hay una característica que los representa mejor que probablemente ninguna otra: están continuamente empujando y rebasando todos los límites. Sean en forma de retar autoridad, o de solicitar más tiempo para la hora de volver a casa, o de contradecir o descalificar cualquier idea que les expones. Ellos nos exasperan y nos sacan de nuestras casillas; claro, al final hemos tardado mucho tiempo tratando de poner todo en su lugar para que la vida nos desajuste lo menos posible, y entonces vienen nuestros preciosos y adorables bebés y se transforman en un espectro llamado adolescente.
¿Quién es el adolescente?
Cuando nuestros bebés de un año, más o menos, comienzan a caminar, se convierten en unos bichos, quiero decir que todo lo quieren investigar, tocar, chupar, morder, agarrar; generando riesgo a su alrededor en todo momento… es como si quisieran descubrirlo todo con sus manos y sobre todo con su boca. Sólo 4 o 5 semanas antes dependían de llorar para conseguir cualquier cosa, ahora tiene “libertad”, y no dudan en usarla. Claro aún su cerebro está haciendo las conexiones para coordinar su cuerpo con su vista y esto les hace agentes de desestabilización en casa; todo está en riesgo de romperse o causarles daño. Desde esta etapa y todas las que seguirán, casualmente, a los adultos nos entrena para la adolescencia, así que no desaprovechar nada.
La adolescencia es una vuelta de tuerca en la etapa de desarrollo de un bebé, casi que podemos decir que es la misma etapa a un nivel de dificultad superior. Cuando los niños entran en los 8 y hasta los 10 años, por lo general sus amigos son del mismo género, sostienen los mismos gustos o intereses de sus padres, creen que el mejor equipo de futbol o beisbol era el de papá, y la mamá es la mejor del mundo (bueno todo esto con suerte, es la regla general si lo hemos hecho relativamente bien). Son niños de casa; y de repente, a los 12 o 13 la casa les queda pequeña, se convierten en seres sociales y quedarse en casa sin nada que hacer es la peor tragedia, una prisión, y su nueva “hogar” son sus amigos y el mundo exterior. Absolutamente todo lo tienen que testear y probar, medirlo contra los valores que empiezan a desarrollar en sus círculos sociales. Ya no son las conexiones de sus neuronas las que necesitan coordinar el mundo con su cuerpo, sino que están coordinando el “mundo” con sus creencias… empujan todo para ver de qué fibra está hecha la realidad.
Todo en ellos es el resultado de la sensación de libertad que comienzan a ejercer, los adolescentes necesitan validar la consistencia de todo… y nada de antes se sostiene firme o aguanta el test. Están como un artista descubriendo su arte, su técnica, qué les funciona.
Un paréntesis, es así como debe ser… ¿Cómo, si no van a entender el mundo y encontrar su lugar en él? ¿Usando los valores y creencias de sus padres? Mejor para todos que no.
Todo esto les hace muy temperamentales y sensibles; a la vez sienten que pueden hacerlo todo, como los pequeños que comienzan a caminar; pero también sienten vulnerabilidad porque no son tan inocentes como cuando bebés. Empiezan a generar situaciones donde, no queda claro que la visión que ellos tienen es cónsona con la de los grupos con quien interactúan, que son los que ahora les reafirman y esto les da una sensación de continua inseguridad... aunque no lo reconozcan. La etapa está plegada de “fortalezas aparentes” y riesgos para validar quiénes son, viven al mismo tiempo osadía para emprender y desencuentro con desorientación.
Buscan un ideal, pero no tienen idea de cuál es y el hueco existencial que todos sentimos, lo tienen calibrado a un nivel superlativo.
El Vacío Existencial
Todos sentimos un vacío interior, es arte y parte de un mamífero con consciencia. Con nuestra separación de la naturaleza, experimentamos un anhelo por completarnos… ese vacío nos impulsa a buscar, nos recuerda que dónde estamos, ni somos ni estamos completos. El resto de nuestra vida es tratar de encontrar aquello que nos completa, lo buscamos y nunca estamos en completa paz.
Cuando vemos en los adolescentes una falta de autoestima, no estamos entendiendo que precisamente se está desarrollando en ellos ese Vacío Existencial humano. En el adolescente comienza un tanteo para definir qué es importante, relevante y amerita la inversión de su tiempo. Las ideas y creencias de los padres y adultos se sienten acartonadas y “anacrónicas”, parte por que ellos mismos las han sostenido; las ideas de los amigos, de los grupos sociales en que están inmersos, tienen el sexapil de la aceptación que es el oxígeno que nutre su sensación de pertenencia, lo cual parcialmente alivia la sensación de ese Vacío. Antes ellos eran queridos por sus padres porque son sus hijos, por el vínculo familiar; pero los amigos los han escogido a ellos… están descubriendo ser “queridos” por quiénes son.
Sobre la insistencia de los padres en el tema de una “autoestima saludable” en el adolescente… bueno, claro que no tienen una buena autoestima de sí mismos, es como debe ser. Todo lo que han sido hasta ese momento, ya no es suficiente, más bien les impulsa a descubrir quienes pueden llegar a ser y lo están testeando. Creer que podemos hacerles sentir que “como son” está bien, es un grandísimo error; cuando alguien no sabe dónde está y siente un gusanillo de indagar más allá de todo lo que hasta ese momento había creído seguro, no le dices: estás bien donde estás. Eres como eres, no sientas que lo estás haciendo mal. Más bien la pregunta vital sería: ¿Qué crees que te falta? Y ayudarles a seguir ese hilo a ver a dónde les lleva. Si les ayudamos a ello, terminarán por encender la llama del autoconocimiento y descubrimiento de Su Ser.
¿Por qué los adultos sufrimos tanto con la gestión de los adolescentes?
A medida que pasan los años, vamos asentando ciertas creencias y nos “acostumbramos” a la personalidad que tenemos, limando todas las molestias que rozan incómodamente al borde de nuestra “definida” personalidad y su interacción con todo a nuestro alrededor. Tal cual ese juego de feria donde hay una superficie con numerosos huecos y la cabeza de un topo aparece aleatoriamente, el objetivo es martillar la cabeza al asomarse con un mazo; así la mayoría vivimos la vida, devolviendo al hueco todo lo que nos sorprende y se sale del “orden” de nuestra personalidad y creencias. Sin embargo, nuestros pequeñas y pequeños cuando entran en la adolescencia, resisten nuestros intentos de devolverlos a “nuestro orden”, no se quedan quietos ni hacen caso. Sus salidas y desajustes nos recuerdan que nuestro mundo no está bien “ordenado” y que no tenemos control ni sobre ellos, ni tampoco sobre nuestro mundo.
Los adolescentes no son elorigen de nuestra tensión y desestabilización, son el detonante. Es el “acostumbrarnos” al mundo que hemos acomodado para adecuarlo a nuestra personalidad el verdadero “origen”… por ello dejamos de crecer y ellos nos lo recuerdan.
Bendito dolor que me recuerdas que estoy vivo
si no fuera por ti, seguiría tranquilo
sin darme cuenta de que estaba muerto en vida
creyendo para mí: ¡Estoy OK!Gracias a esa incómoda adversidad
me recuerdo que vivir es crecer
que Amar es una decisión
y que dónde estoy le falta sazón.
Para los adultos, es indispensable cambiar la perspectiva de qué está pasando con los jóvenes, especialmente si convivimos con ellos. Yo también estoy preocupado con toda la guerra cultural que se vive en el mundo hoy en día; sobre todo porque no se habla de responsabilidad ni de visión a largo plazo, sino se habla de derechos y que “yo soy como me veo ahora” y “tú tienes que respetar lo que yo digo que soy” aunque sea una locura. Se ha transformado en algo totalmente patológico y no permite a los jóvenes avanzar hacia ningún punto; sino reafirmar que donde están, está bien porque lo ven así.
Lo que nos da una sensación de orientación, es descubrir una jerarquía real: qué pongo en la cima de lo que considero importante y qué sacrifico para alcanzarlo; es esto lo que traza un sendero para descubrir quién soy y por qué estoy dónde estoy. Si ese valor es un objeto de deseo, un estatus o algo valorado por otros para yo recibir aceptación, entonces estás en la trampa del hámster dando vueltas en la ruedita de la jaula. Cuando colocamos un valor de trascendencia personal en la cima y nos enfocamos a ello con determinación y persistencia, todo comienza a tomar su propio lugar y, poco a poco, comenzamos a saber qué tenemos que hacer en cada momento.
Si los adultos no han comenzado este trabajo, difícilmente pueden ayudar a los jóvenes a su cargo.
Nada es más importante para nuestros jóvenes que haya adultos que sepan qué es la vida y no reaccionar a todos sus caprichos y fantasías. Aunque no lo digan, sienten certeza en ello y les permite investigar y adentrarse en lo desconocido de su nuevo mundo, porque saben que tienen una fortaleza en su esquina. Para eso los adultos tenemos que crecer, no es una postura, es una certeza del Ser, afianzado en algo mucho más profundo que la voluntad.
Te invito a que observes el mundo a tu alrededor y reconozcas la tentación de poner todo en “su lugar”, o criticarlo: como la cabeza del topo… deja de martillar lo que crees que no está en su lugar para devolverlo a su puesto, déjalo ser y mira lo que despierta en ti.
La próxima semana seguiremos con la SEGUNDA PARTE de este artículo.
Próximo miércoles…
Gestionar adolescentes te ayuda a ponerte tú en sincro con tu Ser
Recomendaciones de psicólogos que te ayudarán a centrar tu hogar y navegar una de las etapas más complicada en una casa… y casualmente generará un vinculo duradero con tus hijos y preparará a la familia para las más adversas situaciones.
Te ayudará tanto si tienes hijos adolescentes como si son aún pequeños.
EL PUNTO a la i
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